Mi casa muerta



I
No derrumben mi casa
vieja, había dicho.
No derrumben mi casa.

II
Teníamos nuestra pérgola,
y dos puertas a la calle,
un jardín a la entrada,
pequeño pero grande,
un manzano que yace seco
ahora por el grito
y el cemento.

El durazno y el naranjo
habían muerto anteriormente,
pero teníamos también
    (¡cómo olvidarlo!)
un árbol de granadas.
Granadas que salían
de su tronco,
rojas, 
verdes,
el árbol se mezclaba 
con el muro, 
y al lado,
en la calle,
un tronco que
daba moras
cada año,
que llenaba de hojas
en otoño las puertas
de mi casa.

III
No derrumben mi vieja casa,
había dicho,
dejen al menos, mis
granadas
y mis moras,
mis manzanas y mis
rejas.

IV
Todo esto contenía
mi pequeño jardín.
Era un pedazo de
tierra custodiado
día y tarde por una
verja,
una reja castaña y alta
que
los niños a la salida
del colegio
saltaban fácilmente,
llevándose las manzanas
y las moras,
las granadas
y las flores.

V
Es cierto, no lo niego,
las paredes se caían
y las puertas no cerraban
totalmente.

Pero mataron mi casa,
mi dormitorio con su
alta ventana mañanera.
Y no quedó nada
del granado,
las moras ya no ensucian mis zapatos,
del manzano sólo veo
hoy día,
un triste tronco que
llora sus manzanas
y sus niños.

VI
Mi corazón se quedó
con mi casa muerta.
Es difícil rescatar
un poco de alegría,
yo he vivido entre
carros y cemento,
yo he vivido entre
entre camiones
y oficina,
yo he vivido entre
ruinas todo el tiempo,
y cambiar un poco
de árbol y de pasto,
una palmera antigua
con columpios,
una granada roja
disparada en la batalla,
una mora caída con un niño,
por un poco
de pintura
y de granizo,
es
cambiar
también algo
de alegría
y de tristeza,
es cambiar también
un poco de mi vida,
es llamar también
un poco aquí a la muerte,
(que me acompañaba
todas las tardes
en mi vieja casa,
en mi casa muerta).

Javier Heraud. Mi casa muerta
Imagen de internet

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