El gran Gatsby
Y así fue como, una cálida y ventosa tarde, me dirigí a East Egg, a visitar a dos viejos amigos a quienes apenas conocía. Su casa resultó más recargada aún de lo que había esperado: una alegre mansión georgiana-colonial, blanca y roja, que daba sobre la bahía. El camino empezaba en la playa y corría hasta la puerta de entrada, cubriendo un cuarto de milla, saltando por encima de relojes de sol, paseos de ladrillo y exuberantes jardines; finalmente al llegar a casa, se bifurcaba, como fruto del impulso de su carrera, en alegres enredaderas. La fachada rompía su serena monotonía en una línea de balcones, abiertos de par en par a la ardiente y ventosa tarde, cuyos metales, al choque de los rayos solares, brillaban con destellos de oro.
(...)
Entramos en un vestíbulo de alto techo, precedido de una glorieta de un color rosa vivo, a la que un balcón a cada extremo comunicaba con la casa. Los balcones, entornados, aparecían relucientemente blancos, y recortaban el césped del exterior, que parecía crecer un poco dentro de la casa. Sopló la brisa en la habitación y, en un rincón, las cortinas volaron hacia fuera y hacia dentro, enroscándose en dirección al escarchado pastel de bodas del techo; por fin, se rizaron encima de la alfombra color del vino, haciendo sombras como el viento en el mar.
El único objeto completamente estacionario era un enorme diván en el que dos jóvenes se hallaban sujetas como globos cautivos. Ambas vestían de blanco, y sus trajes se agitaban y revoloteaban como si, tras un corto vuelo alrededor de la casa, hubieran entrado de repente. Permanecí unos segundos escuchando el chasquido y golpeteo de las cortinas, y el crujido de una cuadro en la pared. Se oyó un estruendo; Tom cerraba los balcones traseros, y el viento, cautivo, se extinguió en el cuarto. Las cortinas, las alfombras y las dos muchachas parecieron descender lentamente al suelo.
Scott Fitzgerald. El gran Gatsby
Comentarios
Publicar un comentario