SARRIÓ

La puerta estaba entreabierta; no era indiscreción el entrar. El zaguán se hallaba desierto: sobre una mesa he visto una palmatoria con la vela a medio consumir, un vaso vacío ̶ talvez de algún medicamento ̶ y un rimero de periódicos de la provincia con las fajas intactas. Un profundo silencio reina en toda la casa; los muebles están llenos de polvo; una o dos sillas tienen el asiento desfondado. Y flota en el aire y se ve en todos los detalles algo como un profundo abandono, como una honda laxitud, como una irremediable desesperanza. «Es extraño» ̶ pienso yo, y me siento un momento junto a la mesa, ya un poco triste, ya embargado por esa melancolía indefinible que nos hace presentir las grandes catástrofes. «Es extraño» ̶ torno a pensar. Y me levanto: en el fondo aparece la ancha puerta del huerto, y columbro por ella el verde claro de los naranjos y el verde oscuro de los granados. Pero nadie aparece, ni se percibe el más ligero ruido en la casa. Yo entonces hago sonar unas fuertes palmadas y pregunto, gritando, a uso de pueblo: ̶ ¿Quién está aquí?
Y nadie sale. Yo ya conozco estas casas extrañas, que aparecen abandonadas, en que vive uno de sus misántropos de pueblo; estas casas con los muebles rotos, viejos, con las salas cerradas y polvorientas, con la cocina apagada siempre, con el pequeño huerto lleno de plantas silvestres; estas casas en que no hay nadie jamás, y en que de tarde en tarde se oye el chirrido de una puerta y se ve la silueta negra, sigilosa, de su único morador, que pasa. Yo conozco estas casas; pero la casa de Sarrió no era de estas casas. Un presentimiento doloroso comienza a entrar en mi espíritu. Yo doy otras recias y sonoras palmadas. Y entonces, al cabo de un breve rato veo salir un criado por la puerta del huerto. ¿No habéis reparado en el aire especial que tienen los criados de estas casas extrañas? Son como hombres que esperan y que temen algo al mismo tiempo; llevan en su cara los signos de una preocupación, de una displicencia, de un recelo misterioso; diríase que husmean por todos los escondrijos tesoros ocultos, que piensan en mandas, en legados, y que se sienten secretamente exasperados por algo que no llega. Yo le pregunto a este criado: ̶ ¿Y don Lorenzo? Él me contesta: ̶ Está durmiendo…



Azorín (1945) Trasuntos de España. España: Espasa – Calpe Argentina S.A.

Foto del blog: naturalezasitiosygentes.blogspot.com

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