La casa cerrada
Dulcemente. Etéreamente.
̶ ¿Hace mucho tiempo que no han limpiado la
casa?
̶ Todos
los años la limpian dos o tres veces pero no tocan nada; yo lo tengo bien
encargado. Todo está lo mismo que hace quince años.
̶ Siempre que percibo este olor de moho y de
humedad, me acuerdo de las pequeñas iglesias del norte, con su piso de madera
encerada. Las veo en aquellos paisajes tan verdes, tan suaves, tan sedantes.
̶ Aquí en el comedor, están hasta las bandejas
colocadas por orden sobre el aparador; cualquiera diría que anoche se ha estado
comiendo en esta mesa.
̶ Por estas ventanas de la galería contemplaba
yo, cuando era muchacho, el panorama de la vega; ese panorama que tanto ha influido
sobre mi espíritu. Entremos en el despacho; déjeme que abra yo.
Los dos visitantes
entran en una vasta pieza con estantes de libros; en una de las paredes hay
colgado un retrato que representa un caballero; en el muro de enfrente, se ve
otro retrato: el de una dama. La dama tiene los ojos negros y unos ricitos
sobre la frente.
̶ ¿Se han estropeado los retratos? ¿Cómo están?
̶ Están bien; no les ha atacado la humedad; esta
sala está bien acondicionada.
̶ Descuélgalos para que yo los toque.
Los cuadros son
descolgados y el caballero que deseaba posar sus manos sobre ellos, va palpándolos
dulcemente.
̶ Conozco a los dos, los diferencio por sus
marcos… ¿Estarán todos los libros en la biblioteca? Estos volúmenes grandes que
toco ahora deben de ser unos libros de viajes que yo leía siendo niño. Aun parece
que veo unos grabados que había en ellos y que yo miraba ávidamente: una pagoda
india, la Alhambra, Constantinopla, las cataratas del Niágara…
El caballero
abre un cajón y revuelve unos papeles que hay en él.
̶ ¿Esto será un paquetito de cartas? Aquí debe
de haber también un retrato mío a los ocho años.
̶ Sí; este es; está casi descolorido.
̶ También la tinta de estas cartas se habrá
tornado ya amarilla. Léeme esta. ¿Cómo principia?
̶ «Querido Juan: no sabes cuántas ganas tenemos
de verte; estás tan lejos que…»
̶ No leas más. Pon todas las cartas aquí, como
estaba antes… Yo no trabajé nunca en este despacho. Mi cuarto estaba en lo
alto, en un apartijo que yo hice en el sobrado. Quería tener siempre ante mí el
panorama de la ciudad y la lontananza de la vega. Vamos arriba.
***
̶ Aquí, junto a la ventana, que yo tenía casi
siempre abierta, está la mesa en que tanto he trabajado. ¡Cómo contemplaba yo,
en los momentos de descanso, con la cara puesta en la mano, los huertos de la
vega! Con unos gemelos iba viendo los granados, con sus florecitas rojas; los
laureles ̶ siempre verdes, nobles ̶ ; los
almendros, tan sensitivos; los cipreses, inmortales. Y en lo alto, en el cielo
azul, como de brillante porcelana, que ya tampoco puedo ver. Las golondrinas
pasaban y repasaban rápidas, en vuelos henchidos de voluptuosidad; muchas veces
cruzaban rozando la ventana, al alcance de mi mano. Allá abajo, en torno de la
torre de la catedral, giraban los vencejos…
Azorín (1945) Trasuntos
de España. España: Espasa – Calpe Argentina S.A.
Foto: elmueble.com/ideas/decoterapia/mejores-11-buhardillas-mueble_42262
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